Ni austeridad ni despilfarro público, da lo mismo. Un buen porcentaje de la población ha sido engañado. Vieron la publicidad, fueron al banco y compraron créditos que no podían pagar, es solo eso. La responsabilidad del consumidor es la de contratar irracionalmente, la de los bancos vender productos a clientes no solventes con el chantaje del «rescatame luego, que si me caigo los ciudadanos se quedan sin sus ahorros», y y la del gobierno el no controlar a los bancos.
Los bancos pueden «crear dinero», pero ese dinero no vale nada sin el respaldo de la deuda, que en última instancia es trabajo de quien pide un crédito, la producción de algún bien. En otro caso sería papel mojado, aunque sea electrónico, y el único curso sería la hiperinflación. Se crea dinero artificialmente y en última instancia se espera a que quien ha comprado el crédito lo devuelva con el esfuerzo de su trabajo, es decir, se crea el dinero antes de tiempo y con la incertidumbre de si realmente se producirá el trabajo útil prometido.
Llega un momento en que el dinero es succionado de los consumidores: el pago de los créditos se lleva el dinero de la gente de a pie hacia los bancos y las grandes corporaciones que han vendido productos con esos créditos, tales como inmobiliarias y marcas de automóviles. El dinero se queda en unas pocas manos, y por tanto ya no circula, está guardado en bancos. La crisis es de liquidez.
O se hace circular de nuevo, o no hay solución. Imprimir billetes sin respaldo, sin obligación de trabajar, no vale para nada. Pero «hacer circular» significa hacer que los nuevos ricos paguen, que suelten billetes a cambio de bienes o forzarlos a soltar dinero en forma de impuestos. Y es muy difícil convencer a alguien de que se deshaga de parte de su fortuna.
El remedo de los políticos que no implica tener problemas con los ricos, y por tanto poderosos, es subir los impuestos a la clase media: es más fácil controlar una nómina que las cuentas de un entramado de empresas y sus protestas afectan menos a las cúpulas de los partidos políticos. Para que la clase media genere más bienes, debe trabajar más, pero eso es muy difícil cuando la competencia global hace inviable la producción en Europa. Como las cuentas no cuadran, hay que imponer austeridad para tratar de no pedir más créditos, pero eso se traduce en cortar el flujo de dinero que se consigue con la recaudación de impuestos. Los impuestos dejan menos dinero aún a la clase media para comprar y por tanto para mantener la rueda de la economía.
Si por el contrario se optara por gastar dinero público, no quedaría más opción que respaldarlo con créditos, pero esos créditos hay que pagarlos, lo cual requiere más impuestos, se paraliza de nuevo a la clase media y llega un momento en el que el Estado se hace insolvente por no poder ofrecer garantías a los bancos.
Así que quienes se quedaron con el dinero, lo siguen teniendo en un banco, son intocables porque los políticos tienen mucho miedo de ser defenestrados por un grupo de presión rico y poderoso, y la única solución con ese escenario es que muy lentamente, en cuestión de décadas, generaciones, la clase media, poco a poco y en pequeños plazos, vayan pagando toda la deuda que han acumulado. En algunas familias serán 10 años, en otras se pasará de padres a hijos, y en algunos casos será incluso peor.
Además, los poderosos han de pagar menos por los bienes en un mercado donde la gente se ve forzada a trabajar con un salario de miseria para no quedar definitivamente fuera del juego, con lo cual se ralentiza el gasto de los ricos y la vuelta a la circulación del capital.
Mucha gente quedará excluída y en la pobreza. Otros seguirán dentro pero vivirán una vida miserable hasta su jubilación o su muerte, y otros trasladarán su desastre hasta sus hijos y nietos, que también vivirán muy mal.
Finalmente, cuando toda la deuda haya sido recaudada, volverá a haber líquido, los bancos ofrecerán otro caramelo, y volverá la burbuja seguida de años de dolor para muchos y placer para unos pocos.
En el plano psicológico, desde los ricos hasta los políticos establecidos, están poco afectados por la crisis. No la sufren ni en sus propias carnes ni en la de sus familias. Por ello no se puede esperar un cambio de rumbo solidario por parte de los mismos. Realmente, salvo que sufran, por ejemplo debido a venganzas de gente desesperada, no se plantearán ningún cambio fundamental. Y en ese sentido, no hay organización, ni dinero para organizarse como bandas, ni vías, dado que estamentos tales como los sindicatos también están regidos por personas que no sufren la crisis en su propio entorno. El número de candidatos para lanzarse a la venganza también es muy pequeño, porque la mayoría de quienes sufren están demasiado preocupada simplemente en sobrevivir y en intentar que la cosa no vaya a más. Y la lucha es un problema más, y muy gordo, como para pensar en ello.